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Madrit, Madrit, Madrit

1 octubre 2008

Últimamente he caído en la cuenta de que cuando lees textos en castellano, pero elaborados por catalanohablantes –donde dice catalano, entiéndase también valenciano, mallorquín, andorrano, etc.- si se refieren a su comunidad dicen Comunitat, President, Partit, etc. Siguiendo el mismo modelo deberían hablar de The President of the United States of America cuando despotrican contra Bush o de Monsieur le Président cuando envidian a Sarkozy, pero no, utilizan su lengua materna para referirse a asuntos que deben considerar propios o diferentes.

Algo parecido sucede con las denominaciones geográficas en las que el meapilismo de la corrección política mal entendida conlleva la incorrección idiomática. No entiendo muy bien por qué tengo que salir por la Nacional VI y ver A Coruña, cuando en castellano es La Coruña y cuando la señal en cuestión está en una comunidad castellanohablante. Se podría hacer bilingüe, aunque el castellano sea de obligado conocimiento, pero ni siquiera. Directamente en gallego.

Me imagino que la argumentación debe estar en un concepto de propiedad del topónimo, si es de Galicia en gallego, si es de Cataluña en catalán. Espero que cuando vaya a Denia a ver a la jueza, que como una suerte de Copito de Nieve merece su contemplación, encontraré un cartel que ponga Hemeroskopeion ya que el griego debería tener prelación. El lío puede ser de proporciones gigantescas. La estupidez es de tal grado que si cuando escriben en castellano para referirse a la millor terra del mon dicen Alacant y cuando lo hacen en valenciano dicen también Alacant –solo faltaría que dijeran Alicante- la denominación castellana para esa provincia y ciudad desaparece en los escritos. El País es uno de los periódicos que mantienen la denominación de Lleida y de Girona en sus ediciones nacionales. Es como si decir Lérida o Gerona fuera trasnochado o supusiera posicionamiento político, al estilo de Estella/Lizarra haciendo creer a la población no advertida que existían dos pactos. Luego están los cambios de denominación oficial con lo que solo existe una forma de llamar a los sitios aunque la inmensa mayoría los conozca por otro y dé lugar a que se crea que son dos diferentes. Fuenterrabía y Hondarribia es uno de los casos paradigmáticos. En los mapas actuales no aparece la denominación castellana y si no estás listo no puedes llegar. Llega el punto en que en la web del ayuntamiento en su versión francesa si escriben Fontarrabie, pero en la castellana y en la vasca solo ponen Hondarribia. Otra localidad más perdida que la Atlántida. Y no es un asunto menor cuando vas conduciendo y ves Iruña y buscas Pamplona, o Donostia y San Sebastían o Pasaia y Pasajes o Saragossa y Zaragoza que con más tiempo pueden resultar evidentes pero que las reglas de la percepción, poco dadas a las tonterías, descartarían de inmediato. Justo lo que nos pasa en Holanda cuando buscamos La Haya y ellos nos ponen Den Haag.

Se puede decir, sin criterio, sí, pero se puede decir, que es lógico mantener la denominación propia de cada sitio. Muchos cursis que han pasado una temporadita en Estados Unidos dicen Beijing. A El Mundo también le gusta escribirlo de esa manera. Pero en castellano solo existe Pekín. Nadie habla de London al referirse a la capital británica, ni dice Москва para hacer lo propio con la de Rusia, pero para las toponimias de aquí hay barra libre. Hay algún listo que se queja por el mantenimiento de las denominaciones franquistas ¿? Y es que la ignorancia –histórica y de la otra- es enciclopédica.

Otra cosa bien distinta es cambiar el nombre propio de Jordi Pujol y decir Jorge Pujol, con jota de jodienda. Ahí se busca el enfrentamiento y la agresión, igual de estúpido que decir Josep Lluis a Zapatero aunque cuando hablamos de la reina de Inglaterra traducimos su nombre sin aspaviento ninguno.

Pero aspavientos harán, incluso molinetes. Hoy he escuchado a un tipo que para justificar no sé qué, argumentaba que él, universitario de 41 años, dada su edad, no había votado la Constitución y que como él mucha gente y bla, bla, bla. Según esto hay que hacer una Constitución por generación. Lo normal. ¡Y los americanos con la antigualla esa de las enmiendas! Con esto no quiero decir que hay que mantener las cosas inalterables, es más, creo que de una Constitución hecha bajo los efectos de los uniformes caquis y grises, aun bostezando por la autarquía, sin hábitos ni modos democráticos, habría que cambiar muchas cosas y dejar abierta la puerta de los cambios sin que te amarguen la vida posteriormente, pero sacar a relucir un es que yo no estaba ese día, es propio de un papanatismo que ignora que, con él o sin él, la aprobamos la mayoría.

Pero me daría miedo abrir ahora un proceso constitucional. Después de las cesiones del PSOE en nombramientos en el Supremo y CGPJ, en el Constitucional, en renunciar a la denuncia de los acuerdos con la Iglesia, el mantenimiento del nefasto Defensor del Pueblo, la renuncia a priori de tantas cosas, es un partido que ha perdido los pocos ramalazos utópicos que tenía y, por otro lado, una derecha menos montaraz pero mucho más peligrosa, mucho más aglutinada, tocando pelo del poder y disponiendo de dinero, sin una izquierda comunista que tense los vientos en algunas materias, con un nacionalismo establecido, con unos medios de comunicación audiovisual infinitamente más capaces y más proclives a posturas conservadoras, no digamos las televisiones autonómicas y las de TDT regaladas a los amigos. ¿Y en la prensa escrita? como ejemplo el claro posicionamiento de ABC, La Razón y El Mundo a favor del PP y la deriva estratégica de El País desde la muerte de Polanco y con un Público que solo leen los abstencionistas. Eso sin olvidar la situación europea de gobiernos conservadores, siendo lo más progresista el del Reino Unido, sí el que sustituyó al Blair de la foto de las Azores. Y no hablemos de los sindicatos, de las asociaciones vecinales, el movimiento estudiantil, porque su situación actual es deprimente. Pero sobre todo con una población menos esperanzada, más descreída, también menos atemorizada, es verdad, pero, a pesar de la que está cayendo, han probado la carne humana del capitalismo del tercer coche y la segunda residencia y serían incapaces de dejar de volver cada sábado al lugar del crimen.

Concurso de acreedores de ideas

15 julio 2008

Ya de regreso, me encuentro con que ayer Pedro José Ramírez coincidió con Miguel Sebastián en un curso de verano de El Escorial en el que se planteaban renovar los Pactos de la Moncloa, o algo más gordo todavía, una cojoauditoría a estos treinta años de estructuración del Estado, a partir de aquella reentré que propició la nueva Constitución en la senda democrática de la que nos sacaron a la fuerza de botas y disparos. La convención cronológica afirma que treinta años supone una generación, quizá en algunos aspectos suponga incluso más. Y es posible que esa charla de verano cerca del real pudridero tenga más bemoles que los que una siesta de estío sin tirantes pueda merecer.

Me resulta difícil decir algo amable de El Mundo y de su director; este último lustro lleno de insidias y falsedades, que tiene como colofón la especial lectura de la sentencia absolutoria de los policías del ácido bórico, no puede impedir que reconozca que el segundo periódico de información general, despliega más actividad en el parnaso de las ideas que su colega El País. Se podrá decir que para ideas como esas, mejor es un coma grado cuatro, y seguramente se tiene razón en muchas ocasiones, pero como Público, que es eso que quiere ser como un periódico, no se sabe a lo que está y El País entre información e información defiende algunos propios intereses, nuestras tribunas están yermas, y quedan los grandes asuntos a una consideración de parte y, por tanto, desequilibrada.

En una entrevista de hoy, el señor Ramírez indicaba que existe una ley en Baleares que impide dirigirse a un ciudadano en castellano -el decía español-; sé que la veracidad del director de El Mundo a poco compromete, pero incluso para él, inventarse esta historia sería demasiado

No nos será difícil recordar, cuando visitábamos alguno de nuestros archipiélagos, la exaltación de cierto patriotismo de baja intensidad al ver como aquellos carteles llenos de diéresis, con imposibles series de consonantes enlazadas,  poblaban las islas. El espíritu requeté se engallaba al ser incapaces de entender las cartas de los restaurantes o no ser del todo comprendidos en la recepción del hotel. Pero hacíamos oídos sordos porque sabíamos, que tras esos luminosos y esos desayunos extraños, anidaba la ranura de la hucha de la gran industria nacional. Nos sabíamos en venta pero todo quedaba en la anécdota del refunfuño íntimo mientras se nos quitaba el moreno de regreso a la península, sobre todo, si nos refugiábamos en la meseta. Ahora, parece que el idioma darwinianamente excluido está legalmente proscrito.

El Mundo, Telecinco, y algún otro andan enfrascados en la defensa del idioma común –¿se han preguntado por el origen de gran parte de el capital de sus empresas de referencia?- y el Gobierno y el PSOE funambuleando por la cuerda del sí pero no, a ver quién pone más estrellas culturales en lid. Hasta el punto de que El Mundo publica las tribunas de El País. Ahora que la venta de prensa está jodida, bastará con comprar solo un periódico. Cosas de la crisis.

Pero volvamos al principio. Quizá no sea mala idea –Caldera yujuu!!! ¿Hay alguien ahí?- el darle más de una vuelta a estos años de diálisis de la dictadura. Dejar a El Mundo, y por consiguiente a la FAES y a todos los re-escribidores de la historia que lo tomen como nueva tronera es peligroso, porque con las llagas de la crisis aun abiertas, vamos a convertir a los ciudadanos en una placa de Petri inmensa capaz de albergar los peores instintos.