Ya me comen, ya me comen por do más pecado había…

Hay un libro, Dark Banquet, del biólogo Bill Schutt que nos explica con detalle la conducta hematófaga de los animales que la ostentan. Hay, aunque no lo parezca, un montón de animales que les va el asunto de la sangre. Con algunos de ellos -con las hembras, para que luego digan- nos las tenemos que ver cada verano y otros los ignoramos absolutamente. Todos son tipos altamente especializados con dientes acanalados, con capacidades anticoagulantes y anestésicas en la saliva.

La sangre es casi todo agua, alguna proteína, poco azúcar, algún mineral perdido y la práctica ausencia de grasa. Sirve, pues, para animales canijos y regímenes dietéticos. Los animales hematófagos no pueden acumular grasa en el tejido adiposo, por lo que necesitan diariamente su ración y eso limita su tamaño y está limitando sus especies.

Los murciélagos vampiros se especializan en animalotes que pillan desprevenidos mientras duermen. Y otros tienen las alas blancas de cupidos mullidos, que se muestran como dulces jesuitas a algunas aves que los acogen como polluelos bajo su ala, mientras chupan sus entrañas. Hay pájaros que muerden a otros pájaros y están también las dichosas pulgas amaestradas por sus padres para hacer lo mismo que ellos. Las antaño benéficas sanguijuelas siguen haciendo de las suyas hasta el punto de ser capaces de introducirse por la nariz, si el incauto mete la cabeza en un agua bien poblada.

Pero hay un vertebrado, el bagre, un pececillo con aspecto de gula fresca, que vive en el Amazonas y en el Orinoco y que se alimenta de la sangre de las branquias de otros peces. Pero también se trabaja las uretras de los seres humanos.

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Sé que en este punto tiritan, azules, los astros, a lo lejos y sienten como si el móvil en vibración les llamara insistentemente en el bolsillo de sus pantalones. Esa bendita mezcla  de repulsión –me refiero al asco no a un doble vicio- y gustirrinín oculto e íntimo.

El texto no indica si prefiere las largas -es un decir- uretras de los hombres o las breves y recónditas de las mujeres. Por lo visto los peces orinan por las agallas y es el olor de la orina la que guía, como a un nefrólogo en celo, a los pececillos urófilos hasta los túneles del amor humanos. Una vez instalado como la visita de un cuñado en Pascua, despliega las espinas -tal y como hace un cuñado- y en lugar de succionar –eso le distingue de los hermanos políticos- se conecta a una arteria del afortunado anfitrión y vive de su sangre en un romance vitalicio con circulación extracorpórea.

Los bagres más dispuestos no le hacen ascos al ano ya que en tiempo de guerra cualquier agujero es trinchera y atacan la vanguardia y la retaguardia por igual.

También sé que por la descripción, estos bagres les resultarán bastante parecidos a algunos operadores de telemarketing y a casi todos los ejecutivos bancarios, salvo que en lugar de atacar nuestras vergüenzas se fijan más en la oreja y en la cartera. Pero no. Estos son animales honrados que buscan abrirse camino en la vida aunque sea a expensas de amargarte la tuya. Cosas de la reciprocidad.

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La angulilla en cuestión es conocida como la Viagra del pobre. Dado que es un vertebrado, ofrece cierta consistencia y firmeza de forma gratuita. Así la relación parasitaria se convierte en simbiótica. Un remedo erótico del sangre por petróleo de nuestros amigos americanos.

En el área de Jardines y Piscinas del Ayuntamiento de Madrid se está estudiando su cría mediante acuicultura de cara al verano que viene. La imposibilidad de vender un terrenito, aunque sea pequeño, o cobrar por alguna cosa más, les ha hecho recortar cualquier gasto superfluo y, haciendo cuentas, el cloro de las piscinas está por un pico. Dado que los madrileños después de años y años de escuela pública nos seguimos orinando en la piscina, la concejal Botella ha decidido criar bagres de estos y soltarlos en las aguas de forma que ataquen al listo que micciona inadvertidamente. La doble utilidad es que además de identificar por el grito al marrano y aplicarle una multa económica, se lleva puesta la penitencia en sus partes pudendas. La contrapartida es que los usuarios de más edad renueven sus pececillos fiadores adrede, en las aguas municipales.

Mi recomendación es que si uno se ha de mear en la pileta, no lo haga a lo disimulado, mirando al tendido y advirtiendo el calentamiento global en sus muslos, no sea que venga el bagre de Aguinaga y te meta el rejón; lo mejor es que lo haga a las bravas, estilo cachalote, con surtidor hacia arriba. Es muy posible que lo multen, pero evitará que le pique el bicho y a lo mejor encuentra novia.

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